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domingo, 15 de mayo de 2011

Contenedores sin contenido | William Curtis

Artículo publicado en El País, BABELIA, el 14/05/2011




Hemos escuchado ad náuseam que la "cultura" en una sociedad posindustrial es una parte esencial de la economía, un mecanismo de intercambio con el que las ciudades pueden establecer su "marca" en las globalizadas redes de información, entretenimiento y turismo. Como todo en el mundo del consumismo masivo, desde coches a comida de supermercado, el énfasis se da entre la función y la sustancia, entre el empaquetado y la imagen. Aquí el modelo esencial es el del anuncio publicitario que puede, por ejemplo, asociar una marca de café con un actor muy conocido, o sugerir que un perfume y la forma de su envase de cristal son una promesa de delicias y conquistas eróticas. En el caso de los museos comercializables y los centros culturales, la imagen debe ser instantáneamente reconocible en la pantalla del ordenador o la revista de aeropuerto. La arquitectura es reducida a ser un contenedor llamativo sin mucho contenido.
En España, sin duda bajo el hechizo del llamado "efecto Bilbao", los alcaldes y las autoridades cívicas han dado traspiés al querer ligar sus ciudades de provincias a la ilusoria "economía global", empleando a miembros del star systeminternacional de la arquitectura para que realicen sus trucos de magia, sin pensar demasiado en las necesidades reales y los costes a largo plazo. Lo que el actor ha hecho por el café es lo que supuestamente debe hacer el arquitecto para la economía global al atraer la atención con esos "edificios icónicos" para engancharlos a las redes oficiales del poder cultural; muchos de ellos en el dudoso mundo de la "vanguardia" institucionalizada, ella misma un producto en las operaciones financieras del mercado del arte. Se espera a su vez que los comisarios compren los productos más recientemente aprobados en las ferias de arte y bienales, y los distribuyan en sus salas de exposiciones y contenedores (museos y centros culturales) con el fin de que el público los consuma.

jueves, 3 de febrero de 2011

La ilusión de los planes | William Curtis

Reflexión sobre la Ciudad de la Cultura de Galicia de Peter Eisenman
Artículo publicado en el suplemento CULTURAS de La Vanguardia el 2 de Enero de 2011


Santiago de Compostela es una de esas ciudades que parecen talladas en un único material, en este caso el granito. Las calles y las plazas, los monasterios y las iglesias, sean del periodo que sean, contribuyen a un conjunto que está engarzado en un paisaje antiguo. Las terrazas y los muros de piedra del campo invaden la ciudad, mientras que las plazas ofrecen vistas enmarcadas de las colinas circundantes. La ciudad es el destino final de la ruta de peregrinación que cruza Francia y el norte de España, y su catedral señala el lugar en el que supuestamente está enterrado el apóstol Santiago. A lo largo de los siglos, ha importado modelos arquitectónicos de todas partes y los ha fundido con el carácter y la topografía locales. La geología subyacente parece trascender el tiempo.
 

En las décadas de 1980 y 1990, Santiago de Compostela experimentó una modernización rápida pero inteligentemente planificada bajo la dirección del alcalde socialista Xerardo Estévez. Inspirado por su antiguo mentor en temas arquitectónicos, Oriol Bohigas, Estévez buscó un equilibrio entre la conservación de edificios y espacios históricos y la creación de una nueva infraestructura cultural. Se organizaron concursos para planificar edificios institucionales. El momento álgido de ese periodo vio la construcción del Centro Galego de Arte Contemporánea (1989-1994) de ÁlvaroSiza, que logró reunificar el desarticulado tejido urbano de una parte de la ciudad. Esa sutilísima obra abstrajo el contexto histórico y el desnivel del terreno en su forma global, ensartando un paseo arquitectónico mediante una superestructura flotante de salas con lucernarios. La desestructurada huerta de la parte trasera se transformó en un parque público de plataformas con vistas de toda la ciudad. 

A finales de la década de 1990, bajo la presidencia de Manuel Fraga, los conservadores proyectaron su visión del futuro de Santiago bajo la forma de una poco definida Ciudad de la Cultura que se alza en lo alto del monte Gaias, a unos tres kilómetros de la colina rematada por el casco antiguo y su catedral. Ese vasto programa incluía en origen un Museo de Galicia, una biblioteca, un centro de nuevas tecnologías y (¡entre otras cosas!) un auditorio. El terreno reservado tenía una extensión de más de 700.000 metros cuadrados. A todas luces influenciados por el llamado efecto Bilbao,los partidarios de ese proyecto megalómano organizaron un concurso internacional e invitaron a participar en él a diversos miembros del star system (entre ellos, a Rem Koolhaas, Jean Nouvel y Peter Eisenman). Se presentaron también arquitectos locales de altísima calidad, como Manuel Gallego Jorreto, cuya solución era en realidad la mejor adaptada al lugar, el uso, la función simbólica y la necesidad de construir en varias etapas.